Rastreé
mi árbol genealógico, determiné mi procedencia mestiza, me asenté en ella, pero
no hallé respuesta a qué era ser jutiapaneco. Eso fue hace veinte años
En
mi época universitaria, mis amigos bromeaban con que detrás mía pacas de heno
se arremolinaban, asumían que yo debía ser vaquero y macho, el estereotipo
oriental. Yo, que nunca he usado botas, jamás he montado un caballo, nunca he
disparado un arma y el vuelo de una cucaracha me aterra.
Entiendo
que muchos se aferren a esas imágenes para entender su mundo, blindándose con
una seguridad a prueba de "mariconadas". Pero lo cierto es que los jutiapanecos
no somos valientes, ni aguerridos, ni seguros. Somos definitivamente violentos
y salvajes, sí, pero no somos unidos ni corajudos ante la adversidad.
Somos
un pueblo armado e indefenso al mismo tiempo. Aquí te matan. Mataron a Ashley,
una niñita, mataron a Paquito Ramos, a Kiko Garnica, a tanta gente, todos los
días, siempre. Y protestamos un rato para luego volver a ser lo que los
jutiapanecos somos: una bola de agachados, de violentos ignorantes, de cobardes
ante lo que de verdad importa.
Si
me hubieron jodido con eso hace veinte años.