El acostumbrado olvido
El Hospital, ese lugar a donde
nadie quiere ir de visita y mucho menos hospedarse breve o permanente. Yo vivo
frente a uno y aunque para algunos pueda resultar algo difícil, como a todo uno
termina acostumbrándose. Los seres humanos creemos no poder nunca tolerar lo
inhabitual olvidando que todo aquello que un día estuvo en la superficie
terminará siempre en el fondo.
Hay noches en las que, tras haber acostado a mis
hijas, mi esposa y yo nos quedamos escuchando los gritos de aquellos que han
perdido a esas horas a un ser querido. A veces me asomo a la ventana y puedo
ver sus siluetas deambulando entre la incredulidad y el dolor. Hace poco
platicaron, comieron, discutieron o simplemente cruzaron miradas con aquel que
ahora yace sobre una pileta fría. La muerte es la más común de las cosas y sin
embargo siempre nos sorprende.
A mi hija Helena del Pilar le
asusta, como a todos, la posibilidad de morir. A cada rato me pregunta si los
niños que padecen cáncer mueren, a sus seis eso le angustia. A los adultos hay
cosas que hace mucho dejaron de angustiarnos, miedos que nos formaron en
nuestra infancia ahora guardan polvo en algún punto recóndito de nuestra mente.
Hospital Nacional de Jutiapa. Foto: Mateo Valdez. |
Un día, durmiendo en una banqueta
dispuesta en el frontispicio del Hospital, Helena y yo vimos a un loco, o así al
menos lo llamábamos por costumbre. Tenía una de sus sienes enormemente abultada,
semejando su cabeza una pelota de fútbol americano con un extremo ausente.
Conforme íbamos aproximándonos a él, comenzó a chillar como un animal herido, acercándose
rápidamente hacia nosotros. Entonces mi hija gritó, apretándome la mano,
exigiendo alejarse del loco.
Ese hombre durmió varias semanas en
la misma banqueta. Sé que una vez las autoridades del Hospital intentaron darle
atención médica, pero nunca supe si eso le ayudó. Lo vi varias veces causar una
fuerte impresión en las gentes, a veces las correteaba, a veces aullaba
asustando a los niños, siempre llevándose las manos a la cabeza, como tratando
de apretarse al máximo para sacarse el dolor que le trepanaba el cerebro. Un día
no lo vimos más, desapareció.
No solo la muerte es común, también
la absoluta soledad ante el sufrimiento. La primera siempre nos sorprende, la
otra la olvidamos hace ya mucho tiempo.
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